«Soy el más feliz del mundo»

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Actualizado: enero 29, 2015

La historia de Radbel Hechavarría, quien tras una prolífica carrera en su país natal, Cuba, y en Argentina, recaló este año en Deportivo Morón para jugar el Nivel 1 de la Conferencia Oeste.

Radbel Hechavarria Alfonso es un jugador con extensa trayectoria, incluido el paso durante diez años por las selecciones cubanas. Defendiendo esa camiseta, disputó diversos torneos, entre los que destaca el Preolímpico desarrollado en Argentina en 1995, primeramente en Tucumán y luego la fase final en Neuquén, donde los dirigidos por Guillermo Edgardo Vecchio obtuvieron una de las plazas para Atlanta 1996 (la otra correspondió a Brasil).

Como la mayoría de los chicos nacidos en la isla, el hijo de Francisco y Narcisa pasaba sus tardes infantiles en las calles de La Habana jugando al béisbol, el deporte nacional. Hincha de los Industriales, disfrutaba cuando su equipo vencía en el superclásico a Pinar del Río.

Apenas con dos años, sus padres se separan, y en el transcurso de algún tiempo, la madre conoce a Lázaro, su padrastro; a raíz de una propuesta laboral ofrecida a Narcisa, quien es Ingeniera Agrónoma, se mudan a la ciudad de Berjucal, cuando contaba con 9 años. Allí, le costó adaptarse al nuevo entorno, por lo que solía pelearse con sus compañeros del colegio en las calles, quizás como modo de canalizar ciertos enconos internos.

Un día, alguien lo paró, y le comentó que lo veía pelear seguido e invitó a aprender jugar básquet con el fin de canalizar esa agresividad. Radbel se entusiasmó, y desde ese momento, nunca más dejó de practicarlo.

«Nunca supe su nombre, todos en el barrio lo conocíamos como Macho. Fue él quien me enseñó los fundamentos, a picar la pelota con las dos manos, a atarme la más hábil en mi cintura para desarrollar el pique con la otra. Un maestro que me marcó para siempre. Por esas ironías de la vida, falleció el mismo día que recibí el diploma de entrenador. Macho tenía un equipo integrado por familiares, donde me agregó. Se llamaban los Tigres, y jugábamos en la liga de la ciudad, donde pudimos ganar todos los partidos por bastante diferencia», cuenta Hechavarría, agregando que «a los 10 años soy convocado a la selección de la provincia, participando de los Juegos Escolares. En el primer año terminamos en mitad de tabla, al segundo en cuarta ubicación, y finalmente en el tercero, culminamos en el podio».

Tras pasar por el E.I.D.E (defendiendo los colores de los Cangrejeros), una especie de nivel inicial secundario, y posteriormente en la E.S.P.A. (Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético), le llega el debut en la primera con apenas 15 años en La Habana, hasta su posterior paso por la E.S.P.A. nacional, donde a los 17 debuta en los seleccionados juveniles cubanos.  Con 19, es convocado a la mayor, donde en aquel entonces brillaban Lázaro Borrell y Leonardo Perez.

«Entrenar con ellos era impresionante, al primer día entro y quedo en la concentración de 24 jugadores y veo a esas figuras con los que compartiría equipo. No lo podía creer. Al principio el respeto que  generaban me impedía hablarles, pero luego fui entrando en confianza. Compartía el puesto con Leonardo, quien era muy querido en el país porque nunca quiso jugar fuera de Cuba, Roberto Carlos Herrera (hermano de Ruperto) y José Luis Díaz, quien jugó aquí en Obras y Tres de Febrero».

Para el Preolímpico de 1995, Radbel viene como tercer base; «en la primera fase jugaba cinco minutos por cotejo, pero en Neuquén el DT (Miguel Calderón) se enoja con los armadores titulares, y decide darme más tiempo. No clasificamos, pero fue una gran experiencia. Aproveché ese torneo para ver a grandes seleccionados como Argentina y Brasil».

Tras esa competencia, Cuba ingresa en un período de transición, dentro del cual en 1998 su Federación hace un convenio con Obras Sanitarias, para que sus jugadores residan seis meses en las instalaciones del club, y desde ese lugar viajar por todo el país buscando rodaje. En ese semestre, una noche Radbel se acercó hasta La Trastienda, porque allí tocaba una de sus bandas favoritas de salsa, los Van Van; en medio del show, vio a una chica con la que sintió el deseo de hablarle. «Entablamos diálogo enseguida; justo coincidió que ella había llegado de Cuba de unas vacaciones, por lo que charlamos de mi país y cómo la había pasado allí. Me sentí atraído, así que continuamos comunicados».

La joven se llamaba Eugenia, y es la actual esposa, y madre de sus dos hijos (Ana Laura de 12, amante de la escritura, y Camilo, de 7, jugador de básquet como el padre).

«No iba a jugar más, me vine al país por ella. Corría 2001, momento complicado, pero decidí venir igual, y después ver que haría. Oscar Caballero, un amigo mío que estaba jugando en Regatas de San Nicolás me incentivó a retomar los entrenamientos. Como vivía en Capital Federal, me presenté en Geba, les pedí poder ponerme en estado, y al final quedé en el plantel que ese año perdió las semifinales contra San Miguel». 

A partir de allí, su recorrido por diversos puntos de la Argentina (Mar del Plata, «en Peñarol, que no era como ahora, en aquellos tiempos peleaba los puestos de abajo», Santa Fe, Chaco, Córdoba, Chubut, Entre Ríos, Catamarca), además de estadías en clubes de FEBAMBA (Geba, Lanús, Argentino de Castelar, Platense- donde salió campeón en 2012 tras vencer a Hacoaj en tercer partido en cancha de River-, Los Indios y Náutico Hacoaj,  éste en el pasado Prefederal,  en el que «teníamos un gran equipo, pero la concentración de fechas junto a la Conferencia hizo que no pudiéramos entrenar normalmente, incidiendo en el andamiaje colectivo. Aún así clasificamos a play offs perdiendo con Huracán en tres suplementarios»). Le reconoce a su representante, Martín Budding, el mérito de no dejarlo sin trabajo nunca.

Inicia 2015, y la confirmación que defenderá los colores de Deportivo Morón, recientemente ascendido al Nivel 1 de una Conferencia Oeste que promete ser incandescente.

«Esta posibilidad surge porque el año pasado venía los domingos a ver jugar a mi hijo, y allí los dirigentes me preguntaban qué estaba haciendo y si me interesaba ser parte del equipo en caso que ascendiera; estaba en San Justino jugando el Torneo Federal, pero mi hijo me extrañaba mucho por lo que  tiraba el venir. Justo agarra la etapa donde me recibo de entrenador; ellos ofrecen hacerme cargo de los premini hasta sub 13; eso sumado que vivo a seis cuadras, era una oferta que no podía desechar. Decidí asentarme, porque ya me quedan pocos años como jugador y motiva poder ayudar a los chicos que están ahora aquí, los veo con ganas de hacer las cosas bien, seriamente. Y por sobre todo, la felicidad de jugar con la misma camiseta que mi hijo, además de poder entrenarlo».

Luego del huracán que azotó las antiguas instalaciones, el objetivo del Gallo es revitalizar el básquet; la contratación de Hechavarría (quien es vecino de la institución desde 2003) es un factor  apuntado a ello, y el cubano se siente a gusto con ese rol. «Jugar en el equipo del cual soy hincha, el saber la alegría que despertó en mis vecinos la noticia y decirme que vendrán a vernos, poder entrenar a mi hijo, todo es un combo perfecto, por lo que me siento una de las personas más felices del mundo. Nunca se sabe, pero seguramente terminaré mi carrera aquí».

Este escolta de 1,89, fanático del grupo Orishas y la Charanga Habanera, consumidor compulsivo de básquet («miro todo lo que pueda, y si hay partidos simultáneos, los grabo y observo después»), admirador de Kobe Bryant, hincha de los Boston Celtics y Boca en el fútbol argentino, no se pone el casette  cuando la pregunta apunta hacia cuál cinco inicial armaría en su selección ideal del país que lo adoptó como propio: no duda en mencionar a Juan Alberto Espil como su escolta predilecto («vi personalmente como en algunas canchas lo escupían, y el tipo se sacaba la saliva con la mano, y esperaba el balón en el mismo lugar para lanzar»), a Marcelo Milanesio, Luis Scola, Hernán Montenegro y Andrés Nocioni («con el Chapu voy a la guerra convencido que la gano»).

Nunca retornó a su Cuba natal.  «Hoy no podría vivir allí, porque mis amigos de la infancia y adolescencia están desperdigados por USA, México y Europa; hace tres años traje a mi madre, y mantengo contacto con ella, pero no extraño mi país. No podría adaptarme nuevamente a ese estilo de vida; no solo desde lo económico, sino principalmente desde el sentido de expresarme como deseo. En Argentina tengo libertades que en Cuba no existen».

Radbel Hechavarría es la nueva cara con la que Deportivo Morón presenta credenciales en el Nivel 1 y dejar constancia que será un equipo de cuidado para el resto de la Conferencia.