El club como segundo hogar

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Actualizado: febrero 11, 2015

Arranca la semana y en la humedad vespertina del Gran Buenos Aires, los infantiles de Claridad realizan trabajos físicos bajo las órdenes del profesor Marcelo Mendieta, y luego jugadas defensivas con el entrenador Ariel Mansilla. No son muchos, pero el DT (llegado a la entidad de Ciudadela hace ocho años) está acostumbrado a lidiar con ello a esta altura del año. Justamente, el no disponer de un grupo abundante es el punto donde le cuesta afrontar los torneos con expectativas altas, aunque no es un tema que lo desvele desde los resultados deportivos.

«El año pasado nos costó conformar una tira numerosa, estábamos con la cantidad requerida justa. En este me llamaron algunos chicos diciéndome que vendrían a probarse, pero aún no tengo un formato real para poder decirte cuántos son los jóvenes con los que trabajaremos, porque otros se probarán en diversos lugares; más cerca de la competencia tendré una noción más concreta. Pero seguro, como temporadas anteriores, no tendremos abundancia», explica Ariel al costado del gimnasio, ubicado en el primer piso de la institución, esperando el horario donde cadetes y juveniles practicarán antes de la Primera. Cuando se le menciona si esas dificultades influyeron al momento de competir (mantuvieron categoría en un repechaje a cancha llena y clima incandescente frente a su clásico rival, Nolting), afirma: «Nos costó  el Nivel 1, pero principalmente por lo referido antes, al tema de no poder completar fichas; en el juego, lo hicimos de igual a igual contra todos. Ante San Miguel, Los Indios, Castelar, que tenían grandes equipos no desentonamos, de hecho con Argentino jugamos play offs en Infantiles».

Al momento de consultarlo sobre las complicaciones de lidiar en un club barrial,no duda en aseverar al económico como el principal.

«Algunos chicos juegan porque son apadrinados;  el club no da becas. Cuando llega uno con deseos de practicar básquet pero no tiene plata para pagar la cuota mensual, lo charlamos en comisión, y alguien de allí o un padre se hace cargo de la misma y asi pueda acceder a la actividad». Este sistema de apadrinamientos alcanza aproximadamente un 40 por ciento de los federados; si bien es un recurso loable el del tutelaje, indirectamente asoman inconvenientes a nivel humano y por efecto transitivo, deportivos.

«A veces tenemos dificultades de completar equipo los días de partido, porque en ocasiones les da vergüenza venir al club y decir que no tienen plata para viajar. Cuando eso sucede, nos acercamos a los padres, buscamos interiorizarnos sobre la situación, los motivos de las faltas e ir a sus casas porque no queremos perderlos por una razón económica. En el instante donde uno entra en ese círculo de ausencias, trabajamos mancomunadamente con Claudia Villar, quien se encarga del básquet, buscando hallar una solución inmediata».

¿Cómo abordan eso al instante de surgir dichos conflictos?. «Hacemos un seguimiento en general de las familias, como están integradas, quiénes trabajan, cuántas horas están solos los chicos; necesitamos estar en sintonía con sus realidades para saber el modo de trabajar. A veces cuesta porque están en una edad complicada y ciertas situaciones familiares los hace reacios a contar sus problemas, pero estamos aquí con el propósito de poner al club como su segundo hogar. Gratifica sentirme una especie de tutor o amigo en quien confían».

Desde esa problemática social, no escapan situaciones donde, por ejemplo, un jovencito llega a entrenar sin haber ingerido alimentos en todo el día.

«Nos ha pasado eso, y allí es donde priorizamos el rol por el que fui contratado: darle un espacio de contención, un refugio donde sentirse cómodo, con ganas de asistir, un lugar donde se sientan queridos. Varios conviven en situaciones complejas, y uno trata de contenerlos cuando vienen a los entrenamientos, con el objetivo de despejar sus mentes aislándose de los problemas diarios. Han venido de la villa ubicada detrás de la Díaz Vélez, otros de Fuerte Apache; hicimos una movida buscando apadrinar chicos, pero bueno, al no poder conseguir un transporte que los trajera y llevase de regreso se complicó, porque es un tramo importante donde les costaba movilizarse por cuenta propia».

Claridad es un club donde el básquet es la actividad primordial. Eso, Mansilla lo ve beneficioso, porque les permite contar con la ayuda de otras disciplinas deportivas al instante donde se efectúan eventos con fines recaudatorios.

«Gracias a Dios, disponemos un buen caudal de padres que trabajan y colaboran, vendiendo rifas, organizando cenas. Hacemos venta de empanadas, pizzas, tortas. Lo positivo es que al ser un club de básquet, todos ponen su granito de arena; cuando armamos fechas especiales la mayoría de ellos vienen, porque son conscientes que su ayuda repercute no solo en lo deportivo, sino el poder costear sus camisetas y ropas. Si un chico llega sin comer, disponer de comprarle un paquete de galletitas, una chocolatada, y así entrenar con el estómago no tan vacío».

Es común ver en los cotejos, tanto masculino o femenino, jovencitas vendiendo números donde se sortean bizcochuelos o pasta frolas entregadas al final de los mismos.

La preocupación sobre los entornos sociales donde están expuestos sus jugadores, son abordados con charlas efectuadas en el club. Una, durante 2014, estuvo enfocada sobre las adicciones.

«Están en una edad vulnerable. Yo vivo en Isidro Casanova, donde veo en las esquinas pibes drogándose. Es triste observarlos con tantas falencias, sin rumbo; por eso aquí trato de volcar lo positivo de aferrarse al básquet, como vía de hallar un buen camino en la vida. Me contrataron con ese objetivo primordial; cuando tenemos  reuniones arrancando el año no me dicen: vos tenés que ascender al TOP 20, o salir campeón. Recalcan la importancia que los chicos estén bien y vean en Claridad un espacio donde sentirse cobijados. Obviamente desde mi rol de entrenador, busco los mejores resultados deportivos posibles, pero siempre parados detrás de propósitos más trascendentes en lo humano».

En su foja de servicio como jugador, lleva pasos por la Liga Patagónica (en Neuquén y Zapala), Cañuelas (Provincial de Clubes), y Concepción del Uruguay (Liga B), ciudad donde conoció a quien hoy es uno de sus grandes amigos, Javier Sánchez, jugador de Estudiantil Porteño, institución donde ambos juegan la Conferencia Oeste.

Casado con Lorena, padres de Alen (13 años) quien demuestra sus habilidades como base en los U15 del club, Mansilla no recurre desde lo teórico cuando agradece al básquet por haberlo sacado de la calle. Su experiencia de vida es literal. El recorrido en este deporte comenzó a los 13 años en la Sociedad de Fomento Nueve de Julio, de Isidro Casanova, y a los 15 recaló en José Hernández.

«Me crié en un ámbito de amistades donde la droga generó adictos, y el básquet me sacó de eso. Soy un agradecido a la vida de ponerme  un gran hombre y entrenador en el camino como Armando Hirsch, sino mi futuro no se cuál habría sido; quizás estaría en una esquina como mis amigos, arruinándome con la droga y el alcohol. Uno trata de aconsejarlos cuando los veo en ese estado, pero ya son grandes. Entonces todo lo aprendido, intento inculcarlo a mis jugadores. La calle no es buena, pasé por situaciones malas y no se las recomiendo en absoluto;  como son jovencitos, están a tiempo de nutrirse con situaciones sanas, los aconsejo cuando van a bailar, donde tienen cercanías con esos vicios, acerca de comportarse correctamente. Me consta que varios de esos padres no se sientan a charlar con sus hijos sobre estos flagelos; por eso, hasta donde nos permita nuestro rol, porque el de padre no podemos ni nos corresponde, los aconsejaremos y estaremos detrás».

Ariel Mansilla, entrenador de Claridad, club donde varios jóvenes de la zona acuden como su segundo hogar.