Salvatierra, el conquistador boliviano de Caza y Pesca

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Actualizado: octubre 5, 2017

«Cuando estaba en la secundaria era un buen alumno, pero a los trece años me vinieron de manera repentina unos dolores de cabeza fuertes con fiebre alta. Mi padres me llevaron al médico, quien les decía que no tenía nada y los síntomas eran producto de las altas temperaturas donde vivíamos, con una media de cuarenta grados. Como el doctor dijo eso no nos preocupamos mucho, pero apareció otro síntoma que me hacía crecer más de lo normal; en ese entonces jugaba al voley y fútbol; aunque me dolía la cabeza lo hacía igual. Un domingo, regresado de la iglesia a la cual asistía todas las semanas, se me hizo imposible aguantar el dolor pero estábamos limitados porque los médicos locales no hallaban nada. Justo dio que ese día había un doctor brasilero, y mi mamá muy preocupada le contó mi situación, a lo cual le dijo que me trasladara de manera urgente a otra ciudad donde podrían hacerme una resonancia magnética. Fue entonces cuando me llevaron a Santa Cruz de la Sierra».

El relato es de Raúl Salvatierra, el pivot mas determinante de la Copa Metropolitana y uno de los referentes de Caza y Pesca en los últimos años, coronado hace pocos meses con la obtención del Torneo Prefederal. Muy creyente de Dios, vio en ese inicio de vicisitudes físicas el camino que lo depositó en Don Torcuato, lugar donde reside, armó familia, estudia y volverá a vestir la camiseta de CACYP para el Federal, cuando ya tenía todo acordado para continuar en la Liga Argentina con Gimnasia y Esgrima de La Plata.

Nacido en Guayaramerin el 15 de julio de 1991, se crió en el seno de una familia humilde, con papá Efraín (chofer de maquinaria pesada de la cooperativa de agua local) y mamá Carmen del Rocío (enfermera del hospital materno infantil). Tiene tres hermanos: el mayor Efraín, jugador del fútsal boliviano, Jemina, jugadora de voley y la menor Karen , quien integra los seleccionados de básquet y voley del país afincado en el altiplano. Todos vivían como familia en la cooperativa, ya que el jefe de familia le adosaba horas de trabajo como sereno del establecimiento para solventarlos.

Tal como en la secundaria, sus estudios en el kinder eran con buenas notas, aunque Raúl se caracterizaba por ser inquieto, y cada tarde regresaba a su hogar con la ropa sucia.

«Era abanderado, pero teníamos que asistir con ropas blancas y cada día, esperaba a mi mamá sentado en la sillita al lado de la maestra tomado de la mano. Jugaba con mis amigos, me ensuciaba siempre y del colegio iba al arroyo a bañarme», recuerda el pivot de aquellos años de infancia. Hasta que llegó lo narrado al principio, y debió cambiar de hábitat, incluido vivienda, estudios y tutora.

«Mientras esperaba los estudios médicos, estudiaba; como Bolivia carece de equipamiento médico, había gente programada con meses de anticipación para ser atendidos. La resonancia salía 700 dólares y realmente no teníamos ese dinero, además de otros estudios sanguíneos. Yo vivía con mi tía Mari Luz, quien me cuidaba, y conocía a un doctor (Douglas Villaroel), un endocrinólogo, quien al escuchar nuestra imposibilidad de costear los gastos, aceptó atenderme reduciendo los costos», expresa Raúl.

En ese entonces, su altura era de 1,80 y con escasa contextura física. La familia esperó ansiosa los resultados de los análisis, pero los mismos no fueron favorables: padecía de acromegalia, conocido como gigantismo, que actúa en la glándula de crecimiento y eso hacía que un centímetro por semana se elevara de estatura. Le aconsejaron unas pastillas pero no surtieron efecto. Fue entonces que el doctor se comunicó con colegas brasileros, donde les expuso la gravedad de la situación.

«Tuvimos una charla muy dura con el médico junto a mi tía, porque mis padres no podían dejar sus trabajos, y nos dijo que se debía operar el tumor, ya que los estudios indicaban su benignidad y en caso de extirparlo no volvería a crecer. Lo bueno es que había un modo de curar, lo malo es que esa operación era muy costosa y no se hacía en Bolivia. Si 700 dólares era muy difícil de conseguir, cuando nos dijeron que el costo variaba entre 200 y 300 mil dolares, prácticamente sentimos que todo era imposible», admite.

En solo dos meses, Salvatierra ya medía 1,90, y la tristeza e impotencia por no poder hacer nada. Pero otra noticia llegada por el médico les insufló esperanza nuevamente.

«Unos doctores brasileros se enteraron de su caso, y aceptaron realizar la operación como un caso científico para adquirir mayor experiencia ante la aparición de otros similares. Con mi tía no entendíamos nada, y si bien deberíamos conseguir el dinero para el pasaje y alojamiento, ya era una buena noticia poder ser operado. Para ese entonces dejé de jugar porque tenía miedo a golpearme y empeorar mi situación».

Enterados los padres, comenzaron una campaña de concientización y apoyo para juntar fondos en su ciudad natal; a la vez, en Santa Cruz el canal 9 Unitel hizo programas especiales y como reflejo de la enorme solidaridad del dignísimo pueblo boliviano, el presidente de la aerolínea Aerosur le regaló el pasaje.

«Faltaba mucho dinero aún, y por eso mi papá tuvo que retirarse del trabajo, para poder recibir sus bienes salariales de los años de antiguedad y asi pudimos irnos a Brasil. Después de casi tres años de dolores de cabeza, medía 2,00 metros. La operación se hizo, me extirparon un tumor del tamaño de un arroz, introduciendo un láser por mi nariz; no hubo necesidad de abrir la cabeza y gracias a Dios todo salió bien», rememora emocionado en la madrugada del lunes, en una charla que se extiende por varias horas.

Tras unos tres meses de tratamiento, el crecimiento de altura frenado. Agradecimiento minucioso a cada persona que estuvo en ese momento, y ya con su vida normalizada, le invitaron a jugar básquet. Fue un compañero, quien con la excusa de esperar la devolución de los libros prestados para poder actualizarse con los estudios, lo esperaba en la «cancha vieja».

«Él jugaba, y cuando su profesor me vio, me invitó a sumarme. Ahí empezó mi pasión por este deporte. Si bien no tenía noción del juego y fundamentos, el entrenador me dijo que no me preocupara, que lo importante era empezar primero jugando cerca del aro y lanzar al mismo sin bajar el balón. Aprendí bastante rápido y si bien al comienzo perdíamos todo, estaba feliz por poder progresar y sobre todo, poder vivir momentos que no imaginaba por mi enfermedad. No era solo el deporte, sino disfrutar algo fuerte en mi vida», afirma.

Terminada la secundaria, fue a estudiar medicina a Santa Cruz dela Sierra y jugar en el club Junior Udabol. Y otra vez, las circunstancias que decantaron en su actualidad con el Tiburón.

«Escuché que llegaba un chico de Argentina a jugar, Matías Salse, quien lo hacía muy bien. Nos empezamos a conocer, jugar juntos y me preguntó si quería viajar a Argentina para integrarme a un equipo llamado Caza y Pesca». Luego de hablarlo con sus padres y con 19 años, emprendió el viaje. Era febrero de 2011 y debió adaptarse a nuevas costumbres, Buenas, malas, pero diferentes.

Lo que siguió después, lo sabe todo el pueblo torcuatense: final de la metropolitana 2014 cayendo ante Geba, campeón del 2015 en un Final Four, y campeón del Prefederal 2017, con pasaje al TFB.

«Siempre fue y será la mejor decisión tomada, porque aunque esté lejos de mi familia, jamás ignoraron lo que yo les decía. Viví momentos únicos e inolvidables en la Argentina; y si no estuviera acá de otra manera no los podría vivir. Me di cuenta que no solo podía jugar básquet, también puedo ser parte de la formación deportiva de los chicos de mi club», agrega.

Este año termina con el terciario de entrenador deportivo, y con ello, la posibilidad de estar habilitado a dirigir en clubes de FeBAMBA o a nivel nacional. Al ser extranjero, está imposibilitado de hacerlo, y por ello, además de una cuestión de reciprocidad, se nacionalizará.

En este país no solo halló la manera de ganarse la vida, sino también su complemento sentimental: está casado con Ruby Sheyla, estudiante de kinesiología.

Se le pregunta las razones por las cuales a pesar de poder jugar en la segunda categoría del básquet argentino con Gimnasia, decidió quedarse en Caza y Pesca.

«La verdad tenia todo para poder seguir allí y me gustó muchísimo, pero había algo pendiente en Caza y Pesca desde hace varios años: ganar el Prefederal, jugar un certamen nacional y que los chicos de las formativas pudieran tener esa experiencia, además de seguir en el proyecto del club. Hablé con la dirigencia platense a principios de año sobre eso y ellos no me pusieron ninguna objeción; al contrario, me manifestaron que las puertas de su club estarían siempre abiertas para mi. Eso define la clase de gente que son», responde.

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Para el final, palabras hacia la gente de Don Torcuato, quien lo ama y tiene incorporado como un hijo más.

«Siento muchísimo aprecio por la familia de Caza y Pesca, pero hay dos personas muy importantes que marcaron y seguirán marcando mi vida por sus enseñanzas: Daniel Bello (su entrenador) y su esposa Gabriela, porque supieron darme el mejor regalo que puedo tener, el ser querido como hijo propio, Y eso me da mucha alegría porque mis padres están lejos y junto a mi esposa están siempre».

Y para reforzar ese cariño, menciona unas situaciones específicas vividas en el Final Four, cuando varias personas le mencionaban como rasgo despectivo su nacionalidad con epítetos que reflejaban más a quienes lo expresaban que el propio Salvatierra.

«En Caza y Pesca soy un familiar más y por eso me siento feliz aquí y decidí jugar el Federal con esta camiseta».

Raúl Salvatierra, un jugador con fortaleza de hierro, con un progreso tan notable que lo transforma en la carta desequilibrante de un Tiburón que en pocos días tendrá su bautismo nacional.

 

FOTOGRAFÍA: Selene Martina Alvarez para Prensa Caza y Pesca