Lautaro Soto, de Los Indios, es un agradecido al básquet

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Actualizado: agosto 12, 2018

«Fue una noche donde salíamos de bailar, y regresábamos como cualquier grupo de amigos por las calles de Moreno. Al rato, delante nuestro venían caminando unas treinta personas, y al cruzarnos, sin mediar palabra, nos empezaron a pegar, robar, y en mi caso, recibí siete puntazos en la espalda. Me levanté como pude, me toqué la cara y creí que no me había pasado nada; entonces comenzó a nublarse mi vista, y comprobé que me salían los chorros de sangre. Estábamos a cinco cuadras del hospital,y solo atiné a ir hasta allí,con una de mis amigas, a quien también la habían apuñalado. Llegué como pude y quedé internado cerca de una semana. Realmente zafé porque Dios es grande. Junto a mis familiares, estuvo el club apoyándome en todo, no me hizo faltar nada; gracias a eso, pude salir y seguir adelante».

Lautaro Soto tiene 24 años, y juega en la Primera de Los Indios,equipo actualmente integrante de la Copa de Oro en la Conferencia Oeste. Allá por el 2013 sucedió el incidente narrado, sentado en el restaurante de la entidad de Moreno, en una noche de miércoles con frío, lluvia y viento, que lo transforma en desapacible. Por aquellos años, aún mantenía una disputa interna, entre el amor al básquet, las normas y reglas vertidas en la institución por sus entrenadores, y a la vez, las tentaciones accedidas por el entorno de ciertas amistades, que lo hacían trastabillar en aspectos de salud.

«Algunos dirigentes del club se acercaron al hospital, y me dieron una mano para que todo saliera bien. Willy (Gómez), fue como un padre, estuvo conmigo en todo momento,no solo mientras estuve internado, sino cuando continué la recuperación en casa», agrega.

Sus ganas de jugar con sus compañeros del U19, hizo que apenas saliera del hospital, decidiera ir a jugar.

«Es medio loco, porque soy un apasionado del básquet, y apenas vi una pelota, ya quería jugar. Pasó una semana y media y regresé; no me costó nada»,admite.

Flavio Ampuero, su entrenador de entonces y ahora, reafirma esa anécdota, sin aún poder creerlo. Con medicación, desinfectantes, faja y vendas, retornó a las canchas.

«Llegué a Los Indios como mini de segundo año,además jugaba al fútbol. Mi abuelo Ricardo conocía a una persona de aquí, Germán Piñeyro; entonces un día vine y me recibieron con las manos abiertas. Viajé a Santa Fe en un encuentro de Minibásquet, y luego pasé a las otras categorías», expresa.

Ya como adolescente, se le presentan varias cosas, incluidas ciertas amistades. Si bien las comenta, prefiere mantenerlas en offs. Pero son situaciones duras.

«Las fui sorteando, porque si bien muchas veces caía, tenía bien en claro lo que yo quería para mi vida. Seguir jugando al básquet, y estudiar para ser alguien», señala.

Criado en un barrio populoso de Moreno (Villa Herrero), a unas diez cuadras lado sur de la estación de tren, era el hermano mayor de Liam y Eric. Sus padres, Eva y Samuel. Reconoce en esos tiempos, el dolor de ellos al verlo en ciertas circunstancias complicadas.

Ante la pregunta sobre si existía una lucha interna entre lo deseado con el básquet, y las recaídas con sus amigos, responde:

«Si, totalmente, era una batalla,aunque no de manera permanente.Porque en realidad,yo no estaba en esos estados cada día, porque sino no hubiera podido entrenar y jugar. Pero los fines de semana, cuando me juntaba con esos amigos, eran los momentos donde se me presentaban esas luchas. Obviamente, me sentía mal cuando tropezaba, pero siempre tuve la postura de levantarme y mirar para adelante».

Fue luego de aquella escena donde terminó en el hospital, junto a instalarse durante un tiempo con su familia en la costa, que decidió dedicarse de lleno a objetivos mas firmes y con futuro. Estudios, trabajo, y luego, armar una familia junto a Rocío y Francesco, el hijo de ambos.

«Necesitaba reencontrarme con todo esto, volver a entrenar, jugar partidos oficiales, la adrenalina que se siente dentro de una cancha. En Mar de Ajó, salvo tirar a un aro en casa, no podía hacer otra cosa. Regresé a Moreno, me presenté ante mi entrenador Flavio,quien me recibió con los brazos abiertos. El sabía toda mi situación, me dio la bienvenida, diciendo que Los Indios era mi casa. Y hoy sigo acá, feliz y contento», reflexiona.

Siempre jugó de 3-4, y en este 2018, con una Primera donde con apenas 24 años, es el segundo jugador mas veterano, dentro de una plantilla muy joven.

«Venimos bastante bien;a pesar de ser un equipo joven tiramos todos para adelante, y mejorando colectivamente. Los chicos del plantel son espectaculares como seres humanos, y como jugadores, tienen unas condiciones magníficas. En lo que pueda les doy una mano, pero realmente son grandes jugadores», explica.

Con una vida que le dejó enseñanzas sobre lo que no se debe repetir, una familia, un trabajo propio, y la posibilidad de entrenar y jugar en el club que es su segunda casa, comenta que busca con el básquet,a esta altura de las circunstancias.

«Mi objetivo es no dejar algo que me hace bien. Me levanto cada día a las 4.30 de la mañana, salgo con el reparto, y regreso a mi casa cerca de las 15 o 16 horas. Estoy un rato con mi familia, descanso un poco, y ya me voy al club, porque lo disfruto, me renueva. Mi esposa lo sabe, y me acompaña con esto. Porque el básquet me enseñó a vivir, a ir en busca de la vida, tal como vamos en busca de ganar los partidos. Yo voy por la vida queriendo ganar, y no dejo que solo pase. Siempre para adelante,a paso firme. Como se hace en el equipo con los compañeros, nunca darse por vencido».

Lautaro Soto, un agradecido al básquet, por los valores enseñados, cuando en la vida se le presentaron obstáculos complicados. Y siempre en Los Indios,su segundo hogar.