Se realizaron las Reuniones Regionales de FeBAMBA
Con el objetivo de seguir fomentando el desarrollo del básquet en cada...
«Llegué a los seis años a Ciudad, en la escuelita que se llamaba El Grupo de Cadetes; entrabas a la mañana y te quedabas hasta las seis de la tarde. Te iban probando en diferentes deportes, y ahí te decían si estabas bien para el vóley, básquet, rugby o hóckey sobre patines; al principio me mandaron al vóley pero no me gustó, estuve en un solo entrenamiento, me aburrí y me fui», cuenta el pivote Alejandro Pappalardi que continuará en Platense durante el Torneo Nacional de Ascenso.
Gran sorpresa se lleva ahora cuando recuerda quién estaba entre sus compañeros en los inicios.
«Entonces fui a la escuelita de básquet: en el primer entrenamiento me mandaron con los preminis. Ni sabía picar la pelota, no tenía idea de nada, y encima, cuando ingreso al estadio Ciudad de Buenos Aires, me encuentro con compañeros altísimos practicando juntos hacía un tiempo ya. Entre ellos, uno gigante para nuestra edad, que jugaba muy bien. Se llamaba Luis Scola…».
Así arranca la charla con Pappalardi rememorando sus primeros pasos en el básquet. Gracias a un tío que trabajaba en el banco Ciudad, sus padres Luis (fallecido hace siete años) y Ana María, se enteraron de una promoción en el club de Nuñez y decidieron hacer el sacrificio de llevar a su hijo mayor desde Flores, donde vivían.
«Tomábamos el 55 y luego la combinación con el 15 o 29», dice Alejandro, quien entre el Federal pasado y este próximo TNA, se dio el gusto de gritar campeón con Estudiantil Porteño en el reciente Prefederal.
Su madre y dos hermanos menores (José Luis y Noelia), también jugaron a este deporte; en la familia aseguran que ambas mujeres son las talentosas…
De muy buena memoria, Pappalardi recuerda esa vez cuando se encontró con uno de los íconos del básquet nacional para compartir entrenamientos.
«Me impresionó verlo, yo no sabía picar la pelota y estos chicos, obviamente con Luis a la cabeza, hacían de todo; me daba verguenza entrar a la cancha, solo estaba allí por mi altura. Pero con Scola pegamos onda enseguida, fue el primero que vino a hablarme; con los otros chicos (entre ellos Paulo y Valentín Mateucci, Federico y Nacho Senitsky, Federico Ramis) ya le decíamos que iba a jugar en la NBA. Era una locura verlo, marcaba unas diferencias notables, nos pasaba de ir a otros lugares y los padres locales pedir su documento porque no creían la edad que tenía. Mario, su papá, junto a mi viejo y el de Paulo eran los primeros que saltaban cuando se originaban esas situaciones».
En esos años, los preminis podían jugar con los minis, y eso posibilitó que algunos de los más chiquitos, por su altura, lo hicieran en ambas categorías, «pero Luis llegó a participar en dos categorías arriba, porque le sobraba calidad. Éramos un grupo muy unido, jugábamos los domingos por la mañana, y nos quedábamos en el club comiendo todos juntos, o nos íbamos a la hamburguesería más famosa, nuestros padres se organizaban y compartíamos asados, situaciones que no se olvidan más».
Junto a esas experiencias, están los Encuentros Argentinos, y Alejandro no duda: «me acuerdo de todos. Fuimos a Tandil, La Pampa, Firmat y Cañada de Gómez, donde tengo mil anécdotas, porque ese tiempo fue hermoso y lo llevo guardado por siempre. Recuerdo cuando fuimos a Pico FC y justo ese fin de semana se jugaba el clásico contra Independiente por Liga Nacional; muchos chicos deseaban ver ese partido, pero nosotros queríamos hacer otras cosas porque como típico porteñitos no entendíamos la pasión con que se viven esos encuentros en el interior», lo dice con total nostalgia.
Aunque su presente lo encuentre en rozando la elite del básquetbol argentino, él guarda con gran valor aquellos momentos.
«Agradezco haber ido, porque nunca más me voy a olvidar de ese cotejo: la cancha de Independiente llena, las dos tribunas con ambas hinchadas explotaban, papelitos, petardos y encima se fue a doble suplementario. Ganó Pico Fútbol, nosotros quedamos sorprendidos por el marco, queríamos que jugaran al otro día de nuevo, porque era una experiencia inigualable. Ver jugadores con unas carreras tremendas, como el Vasco Aispurúa, estaba Melvin Johnson, dirigía Mario Guzmán, era increíble. Ese viaje junto al primero a Tandil son los que me dejaron los mejores recuerdos».
Hoy día, Pappalardi traslada esos sentimientos y emociones de jugar tan pequeño en su hijo Giovanni, de ocho años, quien como su padre (fanático del Calamar, de quien se hizo hincha cuando la familia se radicó en Nuñez y allí se le hizo más accesible y menos cansador sus viajes a Ciudad. Ver a la gente pasar por su casa rumbo a la cancha, y presenciar un triunfo del fútbol 2 a 1 frente a River Plate decidieron su elección) defiende los colores de Platense. Y cuando habla de su rol al momento de verlo, baja un mensaje que bien puede ser adaptado a todos los que somos padres.
«Me encanta llevar a mi hijo, voy a todos sus entrenamientos, siempre le digo que se divierta, haga amigos, disfrute. Si algún momento necesita preguntarme algo, pregunte, pero yo trato de no decirle nada porque al haber jugado tantos años, vi muchos chicos que al exigirle tanto desde sus casas, terminaron abandonando; no jugaron más, teniendo un montón de capacidades. Se cansaron de que sus padres le comieran la cabeza, y no quiero hacerle eso a mis hijos (tiene a Thiago, de cinco, quien juega en la escuelita de fútbol, pero le gusta tirar al aro también), la prioridad hoy es disfrutar y hacerse de amigos, y si un día le toca hacer una carrera, como por suerte me tocó a mi, siga disfrutando, porque es un trabajo hermoso donde podés cosechar cosas muy valiosas por sobre los resultados».
Alejandro Pappalardi, dueño de una prolífica carrera, no olvida aquellos años donde todo era nuevo, lleno de sueños y muchos de los cuales pudo cumplirlos.
FOTOGRAFÍA: Ignacio Zabalza