El pequeño gigante del oeste

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Actualizado: diciembre 15, 2014

Maximiliano Traver juega desde pequeño al básquet, desafiando sus propios límites a raíz de una complicación física al momento de nacer, y desde su esfuerzo es un ejemplo de vida para todos.

Jueves 11 de diciembre, 20.30 horas. Termina la temporada para los Cadetes de Los Indios C, cayendo ante su par de Estudiantil Porteño B.

Queda atrás un año donde en su primera mitad el Indígena de Moreno consiguió el pasaporte al Nivel 2 de la Conferencia Oeste, con un global 14-4, en la segunda colocación, por debajo de El Palomar. La otra etapa del 2014, tras 3 cotejos ganados y 6 perdidos, lo mandó a un repechaje por ascenso ante los de Ramos Mejía, y allí, finalizó el calendario oficial. Pero ello no fue en detrimento para que apenas comenzada la semana post campeonato, Lucas Chavez (entrenador de la tira C) los tenga trabajando en el horario habitual de las 14.30, y avisarle apenas concluyó, que el lunes 22 tendrán una reunión, con comida incluída, para despedirse hasta la segunda quincena de enero, cuando todos regresen de sus vacaciones y reinicien su vínculo con la institución, afrontando otro año exigente.

Ese Sub 17 está integrado, por entre otros, Maximiliano Agustín Traver, quien juega de base, y es uno de los líderes del equipo. Maxi comenzó a practicar básquet a los 5 años, en Arca de Noé, una entidad con fines solidarios ubicada en Paso del Rey. Allí jugaba su hermano Gabriel, seis años mayor, y con un paso por Los Indios, además de ser entrenado por su padre Esteban, amante de este deporte, y profesor por pasión. Con ese equipo, muchos chicos fueron acercándose al mundo de la pelota naranja, y el menor de los Traver no sería la excepción. Jugando ligas zonales fueron desarrollando talentos y fundamentos, aunque el proyecto fue diluyéndose, hasta mostrar en la actualidad un trabajo con los más pequeños.

Maxi sintió que poseía cualidades suficientes para probarse en un equipo de FeBAMBA, y así fue como se acercó a principios de 2013 hasta Moreno, donde lo recibió el entrenador de ese entonces, Gabriel Rosón.

“Le dije a mi papá que quería jugar en un club con mayor competitividad, tener un mayor roce, y por eso me presenté aquí, ya que es el club más cerca de mi casa”, dice el pequeño armador sentado en el buffet atendido por Gloria. “Cuando llegué, ya se había jugado la primera fecha oficial, el equipo estaba armado, con Lautaro Leal como base titular. El entrenador permitió sumarme a los entrenamientos, y a los pocos partidos ya era uno más de los Infantiles”.

No solo encontró su espacio, sino a medida que transcurrían las jornadas, fueron agregándole minutos en los Cadetes, debutando ante Centro Español, donde jugó dos cuartos. “Tuve un buen año, uno de los mejores que me pasaron; incluso ante Defensores de Hurlingham pude meter siete triples”.

A comienzos de 2014 tuvo uno de esos golpes que a los 15 años asoman como irreversibles: su anhelo era integrar la tira B, pero luego de las selecciones que realizan los DT, no hubo espacio para él. Y su desánimo hizo que dejara de asistir por un tiempo. Pero a las pocas semanas, reflotó su espíritu inquebrantable. Porque Maxi, si hay algo que lo caracteriza, es la fuerza de voluntad. Al momento de salir del vientre materno, una complicación médica hizo que su hombro izquierdo sufriese una distensión, por lo que su bracito emergió a la vida colgando, con un ciento por ciento de inmovilización.

“Los médicos nos dijeron que muy posiblemente, la última parte de gestación su cabecita se apoyó sobre el hombro, y ello le ocasionó el inconveniente”-cuenta su padre, sentado junto al benjamín de la familia-“recuerdo cuando lo bañaron, me dijeron que pasara, y allí pude verlo. Nos asesoramos, y desde el tercer día de nacido, hasta los 6 años, fue a una kinesióloga tres veces por semana, con la esperanza que pudiese recuperar algo de movilidad en su extremidad”.

El trabajo encomiable de Rosita, la especialista que lo atendió día por medio en el Hospital de Moreno produjo sus frutos: recuperó el 85% de movilidad, volcando esa experiencia con el niño en una tesis que presentó.

“En ese momento, nos conformábamos con mucho menos, pero cuando vimos la voluntad que Maxi le puso, y notar los progresos, obviamente cada día queríamos un poco más. Verlo es un milagro de la vida.”

Superado el dolor de no quedar en tira B, regresó al club, y allí vio que Rosón no estaba más, y ese lugar estaba ocupado por Chavez, quien venía desarrollando su trabajo en los Minis C.

“Veníamos con un mes de práctica cuando se presentó. No lo conocía, solo por nombre y la referencia de haber estado en los infantiles el año anterior. Le dije que entrenara, y a pesar de tener el equipo armado, no lo iba a descartar”, comenta Lucas, refiriéndose al momento donde lo vio por primera vez. “A las tres semanas, ya era mi base titular; es un jugador con fundamentos técnicos muy sólidos, no en vano juega desde los 5 años. Su visión de juego es óptima, y es dotado en su motricidad. Junto a Santiago Olilnik son los líderes del grupo, de hecho, el Alemán (Olilnik) es el capitán, pero cuando no pudo jugar contra San Miguel, ese rol lo ocupó Maxi. Tiene carácter, es temperamental, pero jamás se le salta la cadena, sabe contenerse a tiempo. Es inteligente, da indicaciones, sus compañeros lo respetan mucho”.

Fiel reflejo de una generación que creció al amparo de la Generación Dorada con Manu Ginóbili a la cabeza, es hincha de San Antonio Spurs, le gusta mucho la Liga Nacional (“soy de Boca, al igual que en fútbol”), escuchar música (“rock, reggae y cumbia es lo que me gusta”), y salir con sus amigos del Colegio Nuestra Señora del Socorro Perpetuo de Paso del Rey, donde cursa 4º Año (“me llevé tres materias, pero las voy a rendir sin problemas”, afirma), esperando terminar el secundario y comenzar a estudiar Derecho (“quiero ser abogado, aunque a veces pienso todo lo que voy a tener que leer y lo replanteo”, dice entre risas).

A raíz de sus complicaciones, sufrió algunas lesiones fuertes. La última, una fractura en su muñeca izquierda, que lo obligó a estar un lapso afuera del equipo. Allí los médicos le comentaron que existía una posibilidad de hacerle una operación, injertándole una placa a la altura del bíceps, con probabilidades de recuperar parte de la motricidad. “Si aceptaba, perdía todo un año, ya que eran 6 meses de yeso, sumado a los trabajos de kinesiología. Una operación muy compleja, que no me aseguraba una recuperación total para tanto sacrificio. Así que no quise someterme a ella”, relata, con una madurez encomiable de una realidad absolutamente aceptada. Y desde esa aceptación, es que las limitaciones son utilizadas para el progreso y superación personal. Su fuerza de voluntad es reflejo en un equipo que tiran todos hacia el mismo lado. “La semana pasada, ante Porteño, regresé luego de estar afuera dos meses por unas paperas. En ese lapso, recibía mensajes de mis compañeros, estaban pendientes de mi recuperación; la verdad, estoy muy cómodo aquí, es un grupo muy unido”.

“Creo que tiene nivel y condiciones para jugar en la tira B”, afirma Lucas Chavez. “En los entrenamientos he visto sus ansias de mejorar; tira bandejas con la izquierda, lanzamientos externos, y la pica de costado, aunque no puede hacerlo más de dos veces, pero seguro que persistirá hasta conseguirlo. Se siente contenido y respetado como uno más: si tengo que llamarle la atención por una desinteligencia lo hago. Y él eso lo siente como un estímulo, al no ver que no somos condescendientes. Todo lo que logra, sea la titularidad, la capitanía, o jugar un mínimo de 30 minutos por cotejo, es puro mérito del trabajo”.

Su padre Esteban confiesa orgulloso que “es una satisfacción muy grande ver que mi hijo abrace un deporte que amo, me llena de alegría”.

“El básquet me ayudó mucho en la recuperación de mi brazo, tuve que aprender de a poco a picarla; hay movimientos que seguramente jamás podré hacer, pero me siento capacitado para seguir progresando hasta donde me lo permita”. Palabra de Maximiliano Traver, el pequeño gigante de Los Indios de Moreno.

Luis Desimone – Prensa FEBAMBA